23 AÑOS DE "EXCELENCIA ACADÉMICA"

23 AÑOS DE "EXCELENCIA ACADÉMICA"
Con un firme modelo educativo constructivista-humanista, el Instituto Universitario Carl Rogers, IUCR, nace en el año de 1994, bajo el nombre de “Centro Universitario de Puebla”, Actualmente "INSTITUTO UNIVERSITARIO CARL ROGERS" con el objetivo de difundir los conocimientos y vivencias de la psicología, psicopedagogia y psicoterapia humanista, creando a su vez programas, proyectos de crecimiento y desarrollo del potencial humano. LÍDER NACIONAL EN PSICOLOGÍA, PSICOPEDAGOGÍA, COMPORTAMIENTO Y DESARROLLO HUMANO EN LAS ORGANIZACIONES quieres saber más... visita nuestro web site www.unicarlrogers.com.mx

martes, 7 de marzo de 2017

De la crianza a la educación

De la crianza a la educación: Ser padres en el nuevo milenio
Teresa Tejeda Camacho
Instituto Universitario Carl Rogers
Doctorado en Psicología


La familia es una red necesaria de símbolos y de relaciones que está vigente pase lo que pase. Una red que no está sometida al capricho o al intercambio o mercadeo, sino que está funcionando como la red de los trapecistas, siempre permanente, alerta.
            Fernando Savater.

 

El nuevo milenio, que dio inicio hace apenas quince años, trae consigo una serie de retos en muchos aspectos en la vida cotidiana de las personas, las familias, las instituciones, en general todas las estructuras sociales, económicas y políticas de México y del resto de los países del mundo. Las condiciones en las que transcurre la vida actualmente ponen al descubierto una serie de inconsistencias que están llevando a los adultos, padres o no, a una dinámica laboral de extrema exigencia, en la que por un lado, se demanda una mayor preparación académica y profesional, misma que resulta ser inversamente proporcional a los beneficios que se obtienen. En muchos casos de nada parece servir todo lo que se hace para enfrentar los requerimientos del nuevo estatus en el orden global.
Esta carrera contra el tiempo y las imposiciones del mercado, el trabajo y la preparación académica, ha provocado modificaciones en las relaciones familiares, debido principalmente al hecho de que se procura cumplir con dichas imposiciones y demandas, pero se postergan aquellos aspectos en los que no media de manera física la exigencia, como es el caso de la familia y la procuración de los medios intangibles para sus miembros, particularmente a los hijos. Lo ideal sería que pudiera hacerse frente a la atención, cuidado y satisfacción de las necesidades de las estructuras familiares en primer lugar y posteriormente atender las externas a la familia. Pero, ¿cómo vincular ambos sistemas y conseguir que todos resulten ganadores, cómo ser padres en la era del capitalismo globalizado y la modernidad líquida? Sin duda es la gran tarea del siglo XXI.
En este trabajo se pretende realizar una reflexión de las condiciones actuales para que paralelamente puedan encontrarse y proponerse algunas acciones que contribuyan a mejorar las condiciones familiares que sin excepción, repercuten en las realidades sociales; a través del análisis crítico y la evaluación de la relación costo-beneficio, desde un enfoque sociopsicológico.
La familia ha sido considerada como la célula social por excelencia, el elemento anatómico y funcional de la estructura de la sociedad. La familia, como un sistema compuesto por otros subsistemas: “… es una unidad interactiva, como un organismo vivo compuesto de distintas partes que ejercen interacciones recíprocas” (Eguiluz, 2003, p. 1). Lo que se vive en el interior de la familia repercute en todos los elementos que la constituyen, y al ser un sistema abierto, formado por subsistemas ligados entre sí: “… cada parte del sistema e comporta como una unidad diferenciada, al mismo tiempo que influye y es influida por otras que forman el sistema” (Eguiluz, 2003, p 1). De acuerdo con Andolfi: “… la familia es un sistema relacional, lo que implica verla como un todo orgánico que supera y articula entre sí los diversos componentes individuales” (citado en Eguiluz, 2003: 1, 2). Apreciarlo de esta manera permite comprender por qué ante la dinámica inadecuada de algunas familias, las interacciones se tornan poco favorables para el desarrollo de sus miembros, generalmente, los más débiles en el sistema familiar.
Conviene por tanto determinar las multidimensiones que entraña esta singular conformación humana. En primera instancia, debe tomarse en consideración que la familia es un grupo social con una historia compartida de interacciones; es un sistema compuesto por personas de diferente edad, sexo y características que, por lo general, comparten el mismo techo. Esta descripción muestra que la convivencia está influida por ciertos factores que no se pueden modificar, lo que exige que los distintos miembros de la familia deban aceptarse tal cual son y adaptarse de forma satisfactoria a las diferencias individuales; tal reto demanda a sus integrantes mantener una comunicación abierta y franca, que permita el establecimiento de normas de convivencia familiar y procure así mismo, atender las necesidades muy particulares de éstos, que en virtud de sus diferencias, son distintas entre sí. Cada elemento del sistema familiar tiene sus propios requerimientos y no se les debe pasar por alto o ignorar. Sin embargo, cabe señalar que la manifestación o comunicación de necesidades debe estar sustentada por una evaluación estricta de la realidad de las mismas. Por lo que deben considerarse las necesidades fundamentales del ser humano, las que permitirán su realización plena y satisfactoria, y posteriormente, las pseudonecesidades
            En su teoría: “Maslow jerarquiza las necesidades motivacionales y señala que antes de satisfacer las necesidades de orden superior, más complejas, deben satisfacerse algunas necesidades primarias” (citado en Feldman, 2010: 293). Al respecto, se menciona que las necesidades más básicas son las fisiológicas, primordiales para la vida. Los padres, siendo los más aptos en la estructura familiar, deben satisfacer las necesidades de los desprotegidos, los menores, proveyéndolos del cuidado, el alimento y los satisfactores que les permitan la sobrevivencia. Pero no es lo único que debe atenderse; también están las necesidades de seguridad, que pueden ser satisfechas mediante la procuración de un ambiente sano y seguro, un lugar donde vivir, descansar y estar juntos.
También debe tenerse en cuenta que es importante dar satisfacción a las necesidades de amor y pertenencia, cada miembro del sistema familiar necesita obtener y dar afecto; en la medida en que las interacciones se impregnen de afecto, se garantiza un entorno armónico y nutricio, que hará que en la familia se desarrolle el sentido de valía personal, satisfaciendo con esto las necesidades de estima. Cuando estas necesidades más o menos complejas se han atendido de forma oportuna y satisfactoria, cada persona en la familia logrará un estado de realización personal, motivada por las necesidades de autorrealización.
Debe tomarse en cuenta que este estado solo puede alcanzarse cuando se han cubierto las necesidades previas (Feldman, 2010: 293). Si se piensa en las familias que han sido capaces de procurarse todos los satisfactores necesarios (no sólo los materiales), podrán distinguirse algunos rasgos comunes: individuos plenos, mentalmente sanos, satisfechos consigo mismos, capaces de tomar las riendas de su vida entre sus propias manos. Sujetos sensibles a sus necesidades pero también a las necesidades de los demás, competentes para su inserción en la sociedad y en las responsabilidades de la vida en las diferentes etapas del desarrollo. Adultos lo suficientemente conscientes de sus rasgos personales y de los diferentes roles que deberá asumir llegado el momento.
Considérese que: “Los hombres, al nacer, no traen consigo solamente el derecho de subsistir físicamente; entran al mundo también con el derecho de desarrollar sus facultades, de llegar a ser personas. Este derecho impone a los padres el deber de impartir una educación adecuada” (Hegel, 1981, citado en Hatzacorsin, 2000).
            Dentro de la gama de problemas, dificultades y trastornos que presenta la sociedad actual respecto a las familias están su innegable desorganización, la desintegración cada vez más frecuente y numéricamente mayor, sumando además el poco valor integrativo y de aspiración que se puede percibir. Solo por ejemplificar este fenómeno se puede señalar que el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e informática (INEGI) informó que en 1990 el número de hogares encabezados por mujeres en la capital mexicana, representaban el 21.6% total, cifra que aumentó en 2005 a 28.9%, alcanzando en 2010 la cifra de 31% (Spanish People Daily, 2012). Esto permite apreciar que la cantidad de menores que viven en familias desintegradas es mayor. Esta situación sería poco significativa si el sistema de procuración de justicia social y familiar encontrara los mecanismos para subsanar la problemática que esto trae consigo.
Por lo tanto, el abandono temporal de los menores en casa de los abuelos, cuidado a cargo de algún familiar o vecino, extensas jornadas de guardería, poco contacto con la madre, muchas veces escaso o nulo contacto con el padre, etc. Y en circunstancias aún más complejas se encuentra el abandono de los menores en casa, bajo la tutela de la televisión, los videojuegos o la computadora conectada a internet.
Las necesidades humanas descritas por Maslow, no pueden satisfacerse en este escenario y si pudiera hacerse, sería en extremo difícil, dando como resultado personas poco capaces de interactuar saludablemente con los demás, y a futuro, carentes de las habilidades para ver en la consolidación de una familia, una forma de vida.
            Desde la teoría estructural sistémica, desarrollada por Salvador Minuchin:
La familia puede verse como un sistema que opera dentro de otros sistemas más amplios y tiene tres características: a) su estructura es la de un sistema sociocultural abierto, siempre en proceso de transformación; b) se desarrolla en una serie de etapas marcadas por crisis que la obligan a modificar su estructura, sin perder por ello su identidad, y c) es capaz de adaptarse a la circunstancias cambiantes del entorno modificando sus reglas y comportamientos para acoplarse a las demandas externas. Este proceso de continuidad y cambio permite que la familia crezca y se desarrolle y, al mismo tiempo, asegura la diferenciación de sus miembros (citado en Eguiluz, 2003: 3).
            A partir de esta consideración es prudente destacar que las familias deben ser capaces de replantear sus reglas cuando la estructura familiar se modifica por la influencia de algún evento significativo, como el paso de una etapa a otra en el proceso natural de desarrollo de sus miembros, la llegada de uno nuevo, la inevitable salida de alguno, un cambio de actividad o fuente laboral, etc. Las nuevas reglas ayudarán a modificar los comportamientos de los integrantes de la familia y a definir los nuevos límites, dando paso a su crecimiento y manteniendo su consolidación como grupo. Es básicamente imposible funcionar con las mismas reglas y normas de funcionamiento que se tenían en sus etapas tempranas. Las familias que no redefinen o modifican sus comportamientos, son incapaces de crecer, de acoplarse a las demandas externas y particularmente, están condenando a sus miembros a la desadaptación social.
            El crecimiento de una familia debe verse desde los aspectos biológicos, psicológicos, sociales y económicos, según Ackerman (citado en Eguiluz, 2003: 3): las familias parecen haberlo olvidado, y solo dedican sus esfuerzos a la atención de los aspectos económicos, en el mejor de los casos. Desde lo biológico, la función principal de la familia es la continuación de la especie; en lo psicológico, ofrece la interconexión socioafectiva, pues crea los vínculos de interdependencia requeridos para satisfacer las necesidades individuales, desde el plano social, facilita la transmisión de valores, creencias y costumbres, así como la trasmisión de habilidades que ayudan al crecimiento y desde lo económico, permite la diferenciación de tareas y la previsión de necesidades materiales.
Si bien es cierto que muchas necesidades materiales son básicas para la vida, es preciso aclarar que en la familia se tienen que dejar bien definidas. Bien vale la pena detenerse un poco y reflexionar acerca de las necesidades porque una adecuada identificación de las mismas, dota a los padres del manejo favorable de ellas. No es lo mismo tener la necesidad de comunicación, que la necesidad de un IPhone, por ejemplo. La primera es una necesidad real, la segunda es una necesidad aprendida, motivada por la influencia de la publicidad, el deseo de pertenencia a un grupo, la intención de sobresalir, etc. De esta manera, si se definen adecuadamente las verdaderas necesidades y se excluyen o manipulan de forma distinta las pseudonecesidades, la familia evitará el desgaste innecesario de recursos que se destinan a la satisfacción ficticia, teniendo la oportunidad de satisfacer otras en las que puede prescindirse del factor económico tan demandante en la actualidad.
            Hasta aquí se han planteado diversos aspectos, por los que se puede afirmar que la familia y el ambiente que en ella prive, serán definitorios en la formación y el crecimiento del ser humano. “El proceso evolutivo se extiende hasta la adolescencia, en él van plasmándose pensamientos, reacciones, hábitos, conductas…” (Urías, 2013: 21). Si el ambiente familiar se torna enriquecido de elementos afectivos y morales, los niños alcanzarán la adolescencia habiéndose formado como personas y constituido su carácter; éste es para la psicología: “un conjunto de reacciones y hábitos de comportamiento que se han adquirido durante la vida y que dan especificidad al modo de ser individual. Junto con el temperamento y las aptitudes, configuran la personalidad de un individuo” (Urías, 2013: 27). Este elemento de la personalidad es altamente importante porque marca la tendencia hacia un tipo de comportamiento manifestado por cada individuo.
Velázquez (1968) explica que: “todos los elementos que integran el carácter se organizan en una unidad que se conoce como estabilidad y proporciona al carácter, coherencia y uniformidad en sus manifestaciones con los cambios lógicos que ocurren a lo largo de la vida (p. 400). Por lo tanto, si los primeros 14 años han de vivirse en el seno de una familia, estos deben servir para que al individuo se le proporcionen los mecanismos necesarios para que forme su carácter.
Debe tomarse en cuenta que, de no procurarlos, los menores serán personas indecisas, y con tendencias a estar tristes, al suicidio, al estrés, la depresión, la inseguridad, la agresión y a otros trastornos que invariablemente afectarán al sistema familiar. Y en esta sociedad del siglo XXI, saturada de cambios permanentes y de influencias altamente penetrantes y peligrosas, nada más urgente que contar con la fuerza derivada del carácter y una adecuada formación moral para enfrentarlos.
            Urría (2013: 101) afirma que: “No cabe duda que la familia es el principal centro de aprendizaje de nuestros principios y valores que se reflejan en el comportamiento social de cada uno”. Si los padres de familia asumieran por entero que su participación en el proceso educativo del niño va más allá que la simple satisfacción de las necesidades fisiológicas y materiales, se responsabilizarían y tomarían más en serio el compromiso social que entraña constituir una familia.
En el hogar los menores deben estar en constante contacto con los límites, los valores humanos, los principios espirituales, la colaboración, la empatía, la responsabilidad, pero particularmente con las reglas y normas, porque “cuando hay aceptación de la autoridad y de las normas, cuando predomina la tolerancia en las diferencias, cuando hay disposición de cumplimiento de nuestros compromisos, se generan condiciones que dejan atrás las réplicas violentas” (Urías, 2013: 101). Y dado que la violencia está caracterizando a las sociedades del siglo XXI, habrá que preocuparse por trabajar en el seno de las familias en la incorporación de estos elementos, con toda la seriedad y disciplina necesarias.
            Hablar de las sociedades del siglo XXI, es hablar de sociedades posmodernas, por lo tanto, inmersas en un proceso de globalización. Cuando se piensa en ello viene a la mente inevitablemente la macroeconomía, las grandes empresas transnacionales, los medios masivos de comunicación, el libre flujo de capitales, etc., pero se tiende a olvidar que la globalización también implica dimensiones de mucha cercanía con la gente.
Lo que ocurre en cualquier parte del mundo va a repercutir en todas las sociedades, para bien o para mal. Las personas tienen la posibilidad de estar en cualquier punto del planeta a través de las nuevas y modernas tecnologías de la información y la comunicación (TICs) y de los fenómenos migratorios.
Este intercambio cultural, político, económico, está modificando severamente las condiciones de ciudades y barrios, por lo tanto, de la manera tradicional de vivir en la sociedad nacional. No estamos exentos de los problemas que entraña esta nueva forma de convivencia; sin embargo, en muchas circunstancias tal parece que no se puede avanzar al mismo ritmo del mundo globalizado, tal es el caso de los beneficios sociales, la protección a los derechos humanos y laborales de las personas, “Las familias mexicanas y las normas que las regulan varían de Estado a Estado….Con frecuencia se legisla por intereses y conveniencia política, haciendo a un lado las bondades que registra el derecho en países donde se respeta la norma jurídica” (Urías, 2003: 151). Tal parece que se es parte de las exigencias pero no de los beneficios que aporta el intercambio y la convivencia internacional.
 Y añade: “Las estructuras familiares y sociales están debilitándose por falta de respuesta institucional” (151). Por esta razón, lo que debe atenderse prioritariamente es la recuperación pronta de las familias, procurar que sean encabezadas por padres conscientes del papel social adquirido con la procreación, responsables de la satisfacción de las necesidades de sus hijos y de las propias, lo suficientemente amorosos para educar con firmeza y con la convicción necesaria de participar en el desarrollo de su comunidad. 
            Considerando lo anteriormente expresado puede decirse que la familia debe ser el centro generador de los mejores seres humanos, esto requiere, como se ha visto, de la intervención temprana, oportuna y permanente de los padres, de la reestructuración de los grupos familiares de acuerdo a la evolución de los mismos y/o de las crisis que se presentan, de la atención a las verdaderas necesidades de los individuos que las integran, a la evaluación de las cualidades, aptitudes y diferencias individuales, así como al respeto y tolerancia de las mismas, de la atención de los fenómenos sociales resultado de la interacción internacional en condiciones de desigualdad en muchos rubros y de las demandas a las que se somete a quienes integran la población económicamente activa.
Sin embargo, este proceso formativo de buenos seres humanos requiere de una educación de los aspectos propios del individuo, su carácter, su inteligencia emocional, lo que puede lograrse cuando se eligen las mejores formas de convivencia familiar; aquellas donde la interacción por sí misma sirva de modelo para consolidar un desarrollo evolutivo. Debe tenerse presente que: “cientos de estudios muestran que la forma en que los padres tratan a sus hijos ..., tiene consecuencias profundas y duraderas en la vida emocional del hijo” (Goleman, 2010: 224). Los padres deben ser lo suficientemente inteligentes para elegir la forma en que tratarán a sus hijos: con dureza, con firmeza, pero empáticamente, con indiferencia, con permisividad, con exceso de libertad, autoritariamente, etc.
Los padres emocionalmente inteligentes representan un beneficio para sus hijos. Goleman (2010: 225) señala que existen tres estilos de paternidad emocionalmente inepta: a) los padres que ignoran los sentimientos en general, b) los padres que se muestran demasiado liberales, y c) los padres que se muestran desdeñosos y no sienten respeto por lo que su hijo siente. Existe una gama muy amplia de estilos, es necesario considerar los más adecuados para la familia sin ceñirse a ellos, sin cambiarlos antes de valorar sus beneficios mediatos.
Recordemos que la familia es un ente dinámico y va a presentar cambios, prepárese para modificar también su estilo educativo; propóngase la congruencia, atienda lo realmente importante, valore la moralidad y la espiritualidad, posponga las urgencias materiales innecesarias, fomente la responsabilidad, involucre a sus hijos en actividades prosociales y enséñeles a disfrutar del ser y no del tener, y llegada la adolescencia, tendrá hijos felices y emocionalmente inteligentes, arribando a la vida adulta en total plenitud. Pues como señala Savater (: “El hogar es la única tienda que no cierra en toda la noche”.

Referencias
Anido, M. (2005). Violencia en la familia: De eso no se habla. Buenos Aires: Lumen.
Eguiluz, L. L. (2003). Dinámica de la familia. Un enfoque psicológico sistémico. México: Pax México.
Feldman, R. S. (2010). Psicología con aplicaciones en países de habla hispana. México: Mc Graw Hill.
Freire, P. (2011). La educación como práctica de la libertad. México: Siglo XXI.
Frías Armenta, M. (2006). Predictores de la conducta antisocial juvenil: Un modelo ecológico. Redes Sociales, 16-17.
Garrido Genovés, V. (2011). Los hijos tiranos: El síndrome del emperador. Barcelona, España: Ariel.
Goleman, D. (2010). La inteligencia emocional. México: Vergara.
Hatzacorsian, A. Y. (2000). Padres e hijos. Puebla: UAP, Dirección de fomento editoral.
Rodríguez, M. y. (2004). Psicología del mexicano en el trabajo. México: Mc Graw Hill.
Spanish People Daily. (05 de 03 de 2012). Aumenta en México número de familias monoparentales. Spanish People Daily Españos, pág. Principal.
Tovar Brinez, E. (no). Cuatro apuntes para la comprensión de la violencia en los contextos escolares y su supercaión a partir de la pedagogía dialogante. España: http://espanol.free-ebooks.net/tos.html.
Urías, J. L. (2013). Violencia familiar: Un enfoque restaurativo. Azcapotzalco, México: Ubijus.
Urra, J. (2007). El pequeño dictador: Cuando los padres son las víctimas. España: La esfera.
Vidales, I. (2010). Psicología General. México: Limusa.


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