23 AÑOS DE "EXCELENCIA ACADÉMICA"

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Con un firme modelo educativo constructivista-humanista, el Instituto Universitario Carl Rogers, IUCR, nace en el año de 1994, bajo el nombre de “Centro Universitario de Puebla”, Actualmente "INSTITUTO UNIVERSITARIO CARL ROGERS" con el objetivo de difundir los conocimientos y vivencias de la psicología, psicopedagogia y psicoterapia humanista, creando a su vez programas, proyectos de crecimiento y desarrollo del potencial humano. LÍDER NACIONAL EN PSICOLOGÍA, PSICOPEDAGOGÍA, COMPORTAMIENTO Y DESARROLLO HUMANO EN LAS ORGANIZACIONES quieres saber más... visita nuestro web site www.unicarlrogers.com.mx

viernes, 25 de agosto de 2017

En la antigua calle de San Miguel

En la antigua calle de San Miguel
Por: Israel Manzo López
Segundo lugar "Cuentanos tu cuento 2017"

Fue un 18 de agosto, llovió sobre las calles de la Ciudad de México, el granizo no se hizo esperar, cubriendo de hielo el Jardín Centenario y la explanada de la Parroquia de San Juan Bautista, un viento frío apareció al finalizar la lluvia sin embargo los niños no pudieron esperar para jugar con el hielo, eran las 7 de la noche y Alejandro Cózar estaba sentado en una mesa de Sanborns tomando un café negro; viendo a la gente pasar, pensando y soñando. Él vivía en el número 3 de la antigua calle de San Miguel, una calle cerrada a tres cuadras del centro de Coyoacán y el mercado de artesanías; caminando a su hogar, Alejandro levanta la mirada del suelo justo en el momento en el que pasó junto a él, una mujer, vestida con una gabardina y tacones negros, al observarla a lo lejos se percató que llevaba un bolso pequeño y tenía puestos unos guantes de color vino, su mente empezó a dar vueltas preguntándose por el destino de aquella enigmática mujer, ¿de dónde venía?, ¿Porque nunca la había visto?. Al mismo tiempo esa última pregunta, fue como un déjá vu recordaba haberla visto en un sueño.

     Al mediodía del domingo fue a pasear al parque que, está enfrente del mercado de artesanías de Coyoacán; yéndose por la calle norte, se encontraba la tienda en la que acostumbraba comprar cigarrrillos, y ver a la linda señorita que le atendía; la muchacha le soltaba una sonrisa mientras que Alejandro contaba con detenimiento el cambio del billete de cien pesos con el que había pagado; regresando a su hogar, en la vieja calle de San Miguel, se encontraba un camión de mudanza en la esquina, a diez metros de su casa. Cuando de repente, se encontró a esa mujer de la otra noche, la vio caminar saliendo de la casona que estaba en venta, misma que era propiedad de Doña Isabel, que hacía años se encontraba deshabitada. Fue desde su partida a España, que esa casa no veía la luz.

     El volver a ver aquella mujer que desde el primer segundo vio su sus ojos marrones y se dio cuenta, que había algo especial en ellos, una especie de contradicción en sí misma, al bajar la mirada vio las largas piernas que tenía, de la cintura esbelta, de los pechos semidesnudos por el escote que adornaba su fino cuello y esos labios carnosos que gritaban y endulzaban una sonrisa atrevida, sin embargo esos ojos volvieron a provocar una mirada con la que se impactó de la presencia y se dio cuenta del porte y el alma que se encarcelaban ese cuerpo escultural de una mujer que impactaba con el brillo de su belleza; y con la fuerza de su carácter; Alejandro se quedó estupefacto, no podía hablar, no podía pensar, no podía hacer otra cosa más que guardar esa imagen que se convertiría en un pensamiento monótono a lo largo del día, veía que cargaba cajas y maletas, y descubrió que ella había comprado la vieja casona.

     Alejandro, tras verla se percató de su labial rojo carmesí el cual adornaba su sonrisa lo que ocasiono un suspiro; la mujer volteó, observó a Alejandro fijamente, se dio la vuelta, cogió una maleta y entró a la casona.

    Alejandro cautivado regresó a su hogar, subió las escaleras se sentó en el diván que estaba junto a una ventana y observo desde lejos el andar acompasado de la mujer más hermosa que había conocido, guardo este momento en su memoria, durante toda su vida, cada gesto, ademan, y movimiento de ella, era como ver una danza, una obra de teatro, el fragmento de una película, simplemente perfecto.

    El reloj continuaba su marcha pasaba la medianoche y Alejandro solamente pensaba en esa mujer desconocida que se había convertido en su vecina y en su deseo.

     El lunes en la mañana, Alejandro se dirigía hacia una cafetería frente al Jardín Centenario, donde habituaba desayunar antes de empezar su día, tuvo la fortuna de encontrar una mesa vacía, al sentarse y tomar la carta, escucho una voz clara, de mujer; era ella, preguntándole si podían compartir mesa, el aceptó sin pensarlo y percibió, como antes de sentarse, se quitó los guantes y puso su bolsa sobre la mesa, Alejandro le entregó la carta y lleno de misterio y nervios se le quedo mirando ella al percibirlo, lo único que hizo fue devolverle la mirada con una sonrisa. Llegó la mesera y Alejandro como todo un caballero la dejo ordenar primero, para posteriormente pedir un café expreso, terminando de ordenar, él dio el primer paso y le preguntó su nombre, la cafetería se quedó en silencio como si se hubiese detenido el tiempo y ella respondió: - “Mi nombre es Liliana Santana, soy tu nueva vecina”.

     Al poco rato de conocer el nombre de tan maravillosa y hermosa mujer, empezaron a hablar acerca de sus vidas, de como Alejandro trabaja en la Universidad de la Ciudad de México y ella comentaba que se había mudado recientemente para continuar dedicándose a las letras, la filosofía y su pasión el cine de arte, Alejandro se quedó impactado no solo por la belleza física que era evidente, si no por lo guapa que se veía con esa mente y por las vivencias, experiencias e historias, que hacían de Lili una mujer completamente diferente a lo que él había conocido. Mientras tanto ella escuchando el esfuerzo que Alejandro hacía en ese momento, lleno de nerviosismo e incertidumbre por no querer decepcionarla, no obstante su experiencia en la ciencia y la poesía, lo hacían un hombre muy interesante, sin mencionar el olor de su ropa producido por un buen tabaco, lo hacía agradable para Lili

- Eres diferente Alejandro, has logrado mucho en tan poco tiempo, eso es extraño en un hombre.

- No he logrado más que tú Liliana, ni a las sombras de tus tobillos he podido llegar.

- No hagas eso, no me gusta que me idolatren, pero gracias, y además, solo dime Lili.

- ¿Tomamos otro café Lili?

- Con gusto lo haría pero es hora de irme. Te veré más tarde.

     Al levantarse de la mesa, agarró tomo su bolso, se inclinó a agradecerle la compañía el desayuno pintarle un beso entre la boca y la mejilla, antes de que Alejandro pudiera reaccionar desapareció en la distancia; Alejandro al voltear a la mesa se percató de que Lili había dejado la mitad de la cuenta y la propina; Él se sonrió, puso el faltante, tomó su maleta y se fue de la cafetería pensando en ella hasta llegar a la universidad. Dieron las 4 pm y Alejandro llegó al frente de su casa, miró hacia la casona de Lili, entró a su hogar y se sentó en su cocina a comer junto a un libro que había dejado en la noche anterior y enfrente de él, la botella de vino y su copa de siempre.

     Terminando de lavar sus platos, cogió un abrigo y un paraguas para dirigirse a la eterna mesa reservada en el restaurant de Sanborns, junto al ventanal pidió su taza de café que usualmente ordenaba; y se dispuso a abrir su libro del famoso novelista Del Piero leyendo las aventuras del capitán Somocurcio, reviviendo la travesía del capitán, por las aguas del nuevo mundo para al final descubrir el cáliz de la vida eterna.

    Lili entró al restaurant y cubriendo los ojos de Alejandro se hizo presente, al quitar sus manos Lili le dio un beso más cerca de los labios de Alejandro que lo dejaban estupefacto y sin conciencia del momento siguiente; Lili se sentó frente a él y ordenó a la camarera una copa de vino tinto la cual tomo con sus delicadas y fuertes manos.

     Lo único que sucedió en esa mesa fue una charla muy amena, divertida y llena de goce para ambos, Lili le preguntó a Alejandro que si él la considera una buena mujer, a lo que él respondió:

-Si Jaime Sabines te hubiera conocido, nunca habría escrito, porque a él también lo hubieras dejado sin palabras y sin versos para describir la magnificencia de tu ser entero.

     Era oficial, Alejandro estaba enamorado, era amor de esos que solo puedes leer en los cuentos de ayer y hoy, ese amor que es perfecto, que no se puede idealizar, que solo pasa, ese amor que se siente al momento de tu primer beso, que no deja cenizas sino recuerdos fantásticos y lujuriosos, ese amor que ni los dioses del Olimpo pudieron impregnar en sus leyendas, un amor que se siente como el único y el ultimo, un amor que solo podía terminar en lágrimas; Alejandro regresó de su viaje perdido en los ojos de Lili y le preguntó que si lo acompañaba a pasear al Jardín Centenario, Lili le dijo que sí, Alejandro pagó la cuenta y se fueron hablando acerca del libro que Alejandro estaba por terminar.

     Ya en el Jardín junto a los arboles de cedro más viejos de Coyoacán, Lili se detuvo y le preguntó a Alejandro:

-¿Qué somos Alejandro?

-¿Por qué me preguntas eso Lili?, somos amigos, ¿no?

-No Alejandro, esa no es la respuesta que tú quieres decir realmente.

-No entiendo Lili, ¿Qué quieres que te diga?

-Te busqué en la tarde y no estabas y estuve buscándote por todos lados para saber tu respuesta real, ¿Qué somos?

-Soy un hombre de amor, y tu Lili, eres la mujer que yo quiero amar.

-Esa si es una buena respuesta Alejandro.

     Alejandro se detuvo y puso sus manos en las caderas de Lili, comenzó a llover y a lo lejos una canción salía de un bar, se vieron a los ojos y Lili le dijo que no se hiciera esperar, Alejandro tomó valor y se dieron su primer beso junto a la fuente de Aragón en el centro del Jardín, el calor de sus cuerpos se unió y ese momento fue cobijado en la lluvia y la oscuridad de la noche, después de ese momento Alejandro juró eterno amor por Lili . Juntos regresaron a la antigua calle de San Miguel y se despidieron con otro beso bajo el faro que separa una casa de la otra, una dimensión se abrió y Alejandro sólo podía vivir del amor de Lili, empezó a vivir de los tragos de amor y de las copas de cariño que Lili le dio esa noche, Alejandro y Liliana entraron a sus casas sin decir adiós, sin decir un te quiero, solo una sonrisa de Liliana y una nube en la cara de Alejandro; la noche se despejó una estrella brillaba más que las otras, Alejandro volteó hacia arriba la vio fijamente, y su corazón descansó de tal estruendo en su alma, Alejandro estaba enfermo de amor y loco de placer.

     Así pasó todo en la antigua calle de San Miguel, durante los próximos meses, la rutina era casi la misma, hasta un día que en el café de Sanborns Alejandro le propuso un viaje a Lili, ella accedió con la condición de que ella pusiera el lugar a visitar, Alejandro contento de la decisión empezó a planear
sus gastos y le dijo a Lili que lo viera en su casa en unas horas; Alejandro se levantó cogió su cartera y fue a su casa a reservar habitación para ese gran viaje, Liliana llegó a casa de Alejandro y él, le preguntó que cual iba a ser el destino, Lili no le quiso contestar y lo empujó hacia el pequeño sofá que tenía en su sala lo empezó a besar tan ligera y delicadamente, Alejandro la agarró del cuello y entre los dos empezaron una fiesta de sensualidad y pasión que no se veía en una noche de luna llena, abrazados y enamorados, descansaban sobre la alfombra de la sala, mientras la luz de la lámpara de mesa los iluminaba, se quedaron dormidos, sin fuerzas, sin pena, sin reservas, solo sus almas uniéndose cada segundo de esa pasado un rato, Alejandro despertó y vio a Lili observando la luna por la ventana con un cigarrillo en la mano y con la sábana que los cubría, se veía hermosa, bajo la luz de la luna, perdiendo la noción del tiempo y el espacio él dibujaba con su miraba, ese cuerpo de ángel, ese cabello suelto, simplemente la mujer perfecta, como salida de un cuento. Una musa solo descrita por la mitología griega. Aquella mujer incondicionalmente amada por él; ella regresó al sentir su mirada regreso a su regazo para abrazarlo y darle un beso en la frente. Eran los momentos más felices en la vida de Alejandro tal y como lo había soñado.

     El día de su viaje llego, guardándose para siempre en la memoria de Alejandro, ambos subieron sus maletas al auto y empezaron a recorrer el país, kilometro tras kilometro hablaban de su vida, de sus ideas, de sus libros, de su amor, y sus pasiones; en su última noche de viaje, fueron a cenar y se sentaron en la terraza con una vela iluminando la mesa y una rosa recién cortada del jardín junto a ellos; dos cafés negros y un rollo de canela para compartir, a la luz de la noche y de la vela encendida Alejandro tenía en la mano un regalo para Lili, se lo entregó, ella lo abrió; era un anillo, que tenía grabado el nombre de ella; Lili lo guardó y le dijo que también le tenía un regalo, pero no se lo podía
entregar en ese momento, le dijo a Alejandro que tendría que esperar. Esa noche se fueron a dormir, Alejandro estaba confundido y temeroso porque no sabía la causa por la que Liliana no se había puesto el anillo que le había regalado pero decidió guardar esa duda y estar con la mujer de la que estaba enamorado, se acomodaron en un abrazo lindo, entre las sábanas de seda que tenían y bajo una luna resplandeciente se entregaron a los mismísimos brazos de Morfeo.

     Al día siguiente arribaron a la antigua calle de San Miguel, tomaron sus maletas, se dieron un beso quedando de verse para cenar, pero Liliana tenía una mirada diferente, que Alejandro percibió al instante, estaba seguro que había un problema, pero lo ignoró.

     La hora de la cena transcurrió con incertidumbre, Alejandro esperaba que Liliana apareciera, pero no llegó a cenar, tras múltiples llamadas sin contestar, Alejandro se preocupó y decidió ir a buscarla, fue caminando atravesando el Jardín Centenario , llegó a la antigua calle de San Miguel, hasta la puerta y tocó varias veces sin respuesta, Alejandro estaba entrando en un ataque nervioso, sin contestar el teléfono ni la puerta, Alejandro pensaba lo peor, y tras un escenario imaginario, juntó fuerza , tiró la puerta principal gritando su nombre, gritando su nombre entre lágrimas y desesperación, la buscó en la cocina, en el estudio, en la bañera de la planta baja, subió las escaleras y entró a lo que era su habitación, sobre su cama solo había un pedazo de papel el cual decía:

Alejandro. Este tiempo juntos fue increíble, tantos momentos que pasamos juntos pero solo fueron eso, momentos, gracias por el anillo me encantó pero esa vida no es para mí, siento decirte esto pero la vida para mí es algo más que un anillo y una rutina, la vida es lo que pasamos juntos, eso es vivir y para seguir viviendo tengo que dejarte aquí y llevarte como un buen recuerdo, una buena experiencia sólo eso, te agradezco la vida que tuvimos juntos, me he enamorado por primera vez, pero es hora de irse gracias Alejandro estarás conmigo en mis recuerdos por siempre.

     Al terminar de leer la nota, Alejandro notó en la cama el anillo que le había regalado a Liliana y su labial rojo que había dejado atrás, se sentó en la cama y como un tsunami llegaron las lágrimas más tristes del otoño y no hizo más que pensar en ella toda la noche hasta amanecer en la vieja cama de
Liliana donde el sol mañanero despertó a Alejandro; una mañana con pocas nubes en el cielo y con un viento fuerte, Alejandro tomó el anillo y el labial, dejó la casona abandonada tras él.

     Fue caminando hacia el Sanborns y se sentó en la misma silla de la misma mesa que frecuentaba, pidió dos cafés americanos, con el ánimo por los suelos y el corazón fracturado, abrió su libro y tras leer la afortunada aventura de su amigo el capitán Somocurcio, llegó su respuesta, era amor, un amor puro, sin resentimientos sin discusiones, sin peleas, eso fue lo que tuvieron y el deseo de Liliana era de mantenerlo así, irse era la única manera de que ese amor no se manchara, Alejandro pensó que nunca encontraría ese amor de nuevo, de que la felicidad nunca estaría completa, una vida incompleta, una sonrisa incompleta, Alejandro entendió que nunca volvería a ver a Liliana Santana caminando sobre la antigua calle de San Miguel.

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