23 AÑOS DE "EXCELENCIA ACADÉMICA"

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viernes, 22 de septiembre de 2017

La Misión de Balam

La Misión de Balam
Por: Christian Matus López
Primer lugar: "Cuéntanos tu cuento 2017"  

Esta historia, trata del recuerdo más preciado que tengo. Son las memorias de un simple viejo, y van más o menos así…
La niebla se espesaba abrazando los arboles verdes de la selva y yo corría para alcanzar el paso largo de mi padre. Un día especial, ¡Si señor!, era el séptimo día de mi nombre y el día que empezaría una tarea planeada desde hace tiempo; Recuerdo que desde muy pequeño, disfrutaba ver el arte de como mi padre entrelazaba vistosas plumas de colores brillantes; las clasificaba por, tipos, tamaños e intensidad de cada una. Con mucha paciencia y delicadeza, se convertían en tapetes que brillaban deslumbrantes a la luz del sol, mantos que acariciaban ondulantes el aire al ser puestos sobre el hombro de las personas, magníficos penachos ataviados de matices esplendorosos para el gusto de los dioses, entre muchas otras cosas.

-Papá, ¿Por qué no usas una prenda como las que haces?– Le pregunté un día
-Balam, hijo. Las plumas solo pueden ser usadas para los grandes señores. Son los representantes y voces de nuestros creadores, es por eso que deben lucir hermosos a ojos de los dioses. – Respondió. Aquel día en que supe que mi padre nunca podría usar una de esas prendas, tuve la idea de averiguar dónde recogía todas esas plumas y así hacer un penacho con mis propias manos, y regalárselo en secreto.

  Llegamos al santuario. Los árboles dejaban asomar sus raíces apuntando al acantilado. Curiosamente, las aves más hermosas preferían anidar en los árboles situados en la cornisa; lo que hacía que todas las plumas no cayeran al suelo, sino se desplomaran por la barranca hasta quedar atrapadas en las raíces. El trabajo consistía en bajar atado de una soga a recoger todas las que habían quedado enganchadas o, rodear la barranca por un sendero que bajaba por un camino escabroso que además de peligroso, implicaba un par de horas de bajada y otras dos de subida. Me quedé con la primera opción, y aun así, el peligro no amedrentó la obstinación de mi misión. Pasaron días y meses, los ratos que podía escapar e ir al santuario eran pocos y tenía que arreglármelas como pudiera. Muchas veces me sentí tentado en matar con una silbatana a uno o dos pájaros, subirme a los nidos o cualquier cosa que me facilitara el trabajo. Me alegro de no haberlo hecho.
Hubiera sido lo más bajo y además, maldecido por los dioses. No se puede disponer de una sola pluma si el ave no se ha desprendido completamente de ella. Las plumas, son el regalo que los dioses dan a los hombres por medio de las aves para vestir adecuadamente en presencia de ellos cuando suben a las pirámides a ofrendarles su amor. Por lo tanto, una pluma arrancada por la fuerza, significaría robarle a los mismos dioses. Al término de cada misión, me desviaba y depositaba mi colecta en el hueco de un ahuehuete. Esconderlas en un lugar donde nadie supiera nada, era la mejor opción.

  Un día, el cielo comenzó a ponerse gris de una intensidad que nunca se había visto por estos lugares. El viento soplaba fuertemente y golpeaba las palmeras y los arboles al punto de tirar muchos de ellos. La gente se asustó, todos en la aldea corrieron a sus chozas, y por un momento, pensé que mi misión de recolectar plumas tendría que ver con aquello; Que había hecho enojar a los dioses por guardarlas en secreto y sin consentimiento de nadie. La tormenta estaba en su punto máximo y los techos de paja de algunas chozas salían volando y se perdían a lo lejos en el viento. Cuando estuve al borde del llanto, mire y abracé a mi padre decidido a confesarle mi secreto. Justo en ese momento, se alumbró el cielo nublado iluminando cada uno de los rincones de las chozas de la aldea. Se escuchó un crujido espantoso que bajaba del cielo, e hizo a todos tirarse al suelo mientras sentían como vibraba la tierra. Se escucharon gritos y plegarias, pero después de terminado el gran rayo, el viento dejó de azotar los techos, y la lluvia adelgazó sus gotas hasta dejar solo un ligero chipi-chipi cayendo de los cielos hasta convertirse en nada. Fue el suceso más extraño que se había visto. La noche comenzó a desvestirse y dejó ver una luna pálida colgando en el horizonte estrellado.

  Al día siguiente, comenzaron los trabajos de restauración de las chozas afectadas. No pude evitar salir corriendo cuando tuve la oportunidad de ir a ver si mis plumas habían sobrevivido. Grande fue mi alivio cuando descubrí que mi tesoro estaba casi intacto. Justo después de asegurarme de que todo estaba bien, me dispuse a volver, pero de pronto, a escasos pasos del enorme árbol, me topé con una enorme serpiente; Era verde y de escamas que parecían tener una textura de haber sido labradas con la obsidiana más filosa. Se mantenía erguida sobre su cuerpo enroscado, y su lengua bífida me olisqueaba desde su sitio.

-Hola, pequeño – Dijo la serpiente. - Estuve esperando toda la mañana para saber quién era el dueño de tan hermosas plumas. Me sorprende saber que se trata de un niño. Dime, ¿Cuál es el motivo de atesorar estos objetos tan valiosos?
Me quedé petrificado, sentí ganas de salir corriendo, pero alguna razón que aun desconozco, me hizo quedarme y contestarle. - Son… ¡Son para un penacho que estoy por construir para mi padre!- Grité tartamudeando
-¿Un penacho?, más curioso aún. ¿Conoces el valor de cada una de esas plumas? ¿Cómo las has adquirido? ¿Cuánto tiempo llevas recolectándolas?

  Fue extraño, una gran tranquilidad que me decía que no corría peligro alguno, me tranquilicé después de ver que la serpiente no tenía deseos de comerme. De lo contrario, lo habría hecho sin siquiera tomarse la molestia de hablarme. No tomaría más de cinco segundos en que su cuerpo quebrara cada uno de mis huesos, y sin embargo no lo hizo. Fue así como le relaté mi historia.

-Está por demás decir que un simple artesano no puede pasearse con un penacho o cualquier prenda hecha de plumas sin ser vocero de los dioses.
-Podría guardarlo, esconderlo y no usarlo, solo quiero que tenga algo del arte que yo he aprendido de él. Algo que esté a la altura de lo que se merece.
-¿Recolectar plumas para que terminen siendo guardadas? No, pequeño. No es lo indicado. Verás, ayer me encontraba vagando por los cielos, admirando esta tierra a la que un día bajaría y llegaría por los mares para quedarme para siempre. Desgraciadamente, mi hijo viento, se encontraba haciendo sus labores, y tal parecía que se encontraba malhumorado. Después de barrer el cielo, arrojó agua, y sin darse cuenta de mi presencia, arrancó todas las plumas que llevaba en mí. No pude aferrarme a nada y grité tan desgarradoramente que caí en forma de rayo hasta esta selva, en forma de una simple serpiente. Fue entonces que hoy por la mañana me dispuse a buscar alguna pluma suelta ya sea mía o de algún ave. Las pocas que encontré estaban desechas y maltratadas por la lluvia. Mis hijos deben estar buscándome, y sin alguien que los guie, no sé qué pueda pasar. Siento decírtelo, amigo Balam, admiro tu dedicación, pero necesito tus plumas para poder partir. No es el momento de quedarme, y menos así.

  Sentí un vacío que se expandía por mi corazón, apresado entre mi mayor deseo y lo que sabía debía de hacer. Recordé todo aquello por lo que pasé, los días, los meses, el peligro, la lluvia y ahora: la horrible recompensa. Aquella serpiente, sabía mi nombre. Me percaté de con quien estaba yo tratando y el apuro en el que se encontraba era de mayor importancia que el regalo a mi padre. Algo me decía lo que tenía que hacer. No pude evitar tirar una lagrima y miré a la serpiente fijamente y pregunté casi en forma de reclamo - ¿Por qué no simplemente las tomaste y ya?

-Porque las prendas deben ser tomadas solo cuando es el momento indicado de desprenderse de ellas, así como en las aves, no deben de ser robadas ni tomadas a la fuerza.
-Yo no quiero dártelas- Dije avergonzado y llorando con la cabeza gacha como esperando otra alternativa. Se trataba del regalo de mi padre.
-Lo sé, pero tu pesar dice que ha llegado el momento de dejarlas ir, por eso la razón de tus lágrimas. Cuando el alma llora, es hora de desprenderse de aquello que le acongoja. Tu trabajo es inocente y puro; algo hecho con amor. Y a veces las acciones que decides hacer con un objetivo, pueden terminar en infinitas posibilidades llenas de sorpresas, algunas buenas y otras no tan buenas, pero eso no quiere decir que al final no haya valido la pena.

  Me quedé parado un momento, la serpiente no dijo nada más y solo me miraba. Entendí que su paciencia era infinita y me permitiría hacerlo cuando estuviera listo. Caminé entonces hacia el ahuehuete y saqué hasta la última pluma de todas las aves que había guardado. Triste las tendí en el suelo y la serpiente se deslizó zigzagueante sobre ellas, dio muchas vueltas; parecía darse un baño hecho de colores. Entonces, no vi la piel escamosa y filosa que llevaba antes. De entre las suaves plumas, observé como se contrajo, se transformó, y emergió un ave hermosa, con el pecho rojo del color del guacamayo, plumas azul turquesa como las aguas de los mares, pero más brillantes que el reflejo del sol sobre el agua, alas enmarcadas del negro intenso del Tucán, y un pequeño pero hermoso penacho hecho de fibras tan delgadas y suaves como el hilo de la seda. Dejó ver su pequeño pico del color y brillo del oro y extendió sus majestuosas alas dejando ver los matices que en ellas llevaba. De pronto me miró, yo estaba atónito, y sin esperarlo, me abrazó con su plumaje y escuché decirlo: “abrázate de mí, aférrate”. Obedecí y me aferré al ave con fuerza, se levantó y volamos sobre la selva. Nunca olvidaré como luce un nicho de agua visto desde el cielo; parecía ser un ojo con el iris azul turquesa y la pupila del color del cielo al anochecer. De un momento a otro, descendió a corta distancia del suelo, en un claro de la selva y dijo:
-Ha concluido tu misión. Ahora suéltame, Balam. Pero toma una de mis plumas y llévala como obsequio a tu padre. - Obedecí, y cuando tomé una pluma, no me percaté de que pesqué tres al mismo tiempo. La fuerza de agarre de las tres plumas, ocasionó que crecieran y se alargaran como una larga cola.

-¡Solo una Balam!, ¡Solo una! – Me gritó el ave. Reaccioné después de que las tres plumas habían crecido bastante y por fin tomé entre mis dedos solo una. Se desprendió del cuerpo gracias a mi peso y caí al suelo con la pluma más rara, larga y hermosa que jamás había visto. Era de verde más oscuro, como el jade más preciado y de un brillo como la plata reflejándose en el mar. Alcé la mirada y vi perderse entre la espesura de los árboles al ave rumbo al cielo. Pude notar como de una sacudida intensa de sus alas, diminutas plumas se desprendían de si y caían sobre la copa de los árboles. Ese día la gente me vio correr con la pluma en mano. Se pasó la voz y hasta el mismo gobernador de la ciudad vino a casa para admirar dicha belleza. Quiso comprarla con mucho oro, pero mi padre orgullosamente no lo aceptó. Aquel mismo día, se escucharon en las selvas cantos de aves que jamás se habían escuchado ni visto. Me di cuenta que tenían las mismas características al ave en la que se convirtió la serpiente emplumada para partir, con la única diferencia de ser más pequeñas. Aquellas diminutas plumas que dejó, se transformaron en pájaros y fueron un regalo para los hombres. Supe entonces que tuvo que adoptar esa forma para no ser vista en su forma real.

  La gente, los consejeros y los gobernadores estaban impresionados de esta nueva especie y la bautizaron con el nombre de Quetzal. Esperaban con ansias que alguna de esas aves se desprendiera de una de sus largas plumas. Pasaron muchos años para que la primera lo hiciera. Para entonces yo era mayor y mi padre había muerto y sido enterrado con la pluma más hermosa de este mundo.


Fin

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