23 AÑOS DE "EXCELENCIA ACADÉMICA"

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Con un firme modelo educativo constructivista-humanista, el Instituto Universitario Carl Rogers, IUCR, nace en el año de 1994, bajo el nombre de “Centro Universitario de Puebla”, Actualmente "INSTITUTO UNIVERSITARIO CARL ROGERS" con el objetivo de difundir los conocimientos y vivencias de la psicología, psicopedagogia y psicoterapia humanista, creando a su vez programas, proyectos de crecimiento y desarrollo del potencial humano. LÍDER NACIONAL EN PSICOLOGÍA, PSICOPEDAGOGÍA, COMPORTAMIENTO Y DESARROLLO HUMANO EN LAS ORGANIZACIONES quieres saber más... visita nuestro web site www.unicarlrogers.com.mx

viernes, 4 de agosto de 2017

La flor del silencio

La flor del silencio 
Por: Crisandra Ávila de los Ríos
Quinto lugar "Cuéntanos tu cuento 2017"

Me di cuenta en cuanto lo vi sentado en una esquina, sucio de pies a cabeza y con el cabello tan encrespado como siempre; era él, el chico con el que intercambiaba pensamientos en nuestros primeros años de instituto. No podría olvidar aquellos profundos mares que desembocaban justo debajo de su frente; sin embargo, algo había cambiado: parecía que sus pupilas hubiesen crecido como si estuviera todo el tiempo en la oscuridad. No me atreví a llamarlo, sentí que, aunque mencionara su nombre, mis palabras no llegarían a él; no obstante, aun si nuestros ojos no se encontraban, lo entendía, ya no pertenecía aquí. El muchacho dulce, pero taciturno y de otro mundo, había regresado a su hogar.

     No solía ser una persona cerrada de mente, pero mi primera impresión de él no fue como la de cualquier otro. Él no hablaba con nadie, casi aparentaba que desconocía el lenguaje en todas sus formas, aunque no puedo negar que su mera existencia podía comunicarlo todo. Desconozco las razones que me llevaron a esa conclusión y por muchos años más, incluso si nuestro poco contacto había desaparecido, no dudé en ningún instante que el cruce de nuestros caminos tenía un significado que me arriesgaría a considerar trascendental.
Una parte de mí no lograba comprender qué hacía él en ese lugar. La soledad en compañía era parte de su vida diaria, mas el encierro solo representaría el suplicio para un alma condenada. Es así que me acerqué a uno de los encargados para solicitar informes sobre dicho paciente. Realizar mis prácticas en aquel hospital psiquiátrico, así como contar con una relación de amistad, no menor a cinco años, con un hombre que trabajaba ahí, me permitió acceder a su expediente en el cual se encontraba un cuaderno de notas que, según mi compañero, el mismo propietario había solicitado con la intensidad de un arrebato que se le fuera confiscado, puesto que, con cada palabra que escribía, la desesperación y la poca elocuencia que le quedaba se iba desmoronando como pedazos de cielo que caen sobre el fango.

     Sé que no debí hacerlo, pero no pude evitar el llamado de aquellas letras que me forzaban a hacerme de este y llevarlo a mi casa. No había solución, la incertidumbre y el desasosiego me movieron y es así que, con la intención de que las confesiones escritas en el papel no fueran borradas por tanta luz después de haber permanecido en la íntima oscuridad, me senté debajo de una lámpara que poco iluminaba para empezar a leer.

***

El tiempo aquí no transcurre igual, es más, desde que he perdido la única libertad que me quedaba, no existe ni hoy ni mañana, sólo quedan vestigios de lo que alguna vez existió en la tempestad del exterior; es por ello que he dejado de soñar. Ahora me parece que en mi vida solamente he visto el color blanco, medio pálido, medio carcomido por la humedad que abraza la habitación.

     Mi ingreso a esta unidad no había sido planeado, pues, casi sin querer, me di cuenta mientras de mis manos brotaba la sangre. ¿Por qué ya no puedo ver más a la mujer que me dio la vida?; extraño a mi madre. Es debido a ella que ya no puedo dormir, cada vez que cierro los ojos me aterra su imagen. Quizá lo desfigurado de su rostro no es lo que más impacta, sino sus labios y aquella rendija que no pronunciaba más que palabras dulces y; sin embargo, no volvería a sonreír.
Me he quedado solo nuevamente, en este agujero putrefacto al que siempre he pertenecido, como a la nada. Los insectos se han vuelto mi única compañía verdadera. No entiendo por qué los otros no ponen atención a mis palabras, no entiendo por qué no se dan cuenta de que hay arañas bajo la cama. Sus finas y delgadas extremidades acarician las mejillas en las que en alguna ocasión las lágrimas rodaban. Es el consuelo que me dan.

     Estoy cansado de la suciedad, aquella inmundicia que me aplasta con sus graves quejidos y me ahoga hasta perder el aliento. Sus trinos y exasperados berreos me hacen terminar en el piso. Aquellas aves que en algún momento consideré la creación más bella de esta tierra, ahora me resultan inaguantables. Sus afilados picos no pueden más que representar un tormento insoportable, puesto que picotean, resquebrajan y se comen la carne de mis sesos. En alguna ocasión creí que me arrancarían los ojos; no obstante, aunque estos permanezcan dentro de sus órbitas, mi vista fue nublada, pues sus alas rozaron mis córneas que ya no pueden distinguir entre una mano u otra. Ojalá aquel pajarillo, que con tanto fervor se esmera en arrancarme el corazón, lo hiciese. Nada lo ata a este cuerpo, ni siquiera su casi eterno bombear.

     He tomado una determinación y no sé si fue por las estrellas que dieron su último aliento. Cuando se hizo claro para mí, ellas me miraban, acusaban mi presencia dentro de una celda, se burlaban de mi vulnerabilidad, pero sobre todo de mi ignorancia. Ya no puedo pertenecer a la humanidad que me ha acogido desde que nací. Necesito abandonarme al sueño negado, sólo ahí puedo encontrar la felicidad que en algún momento embargué en este pozo llamado alma. Quizá se la llevo la mariposa o el hombre que creyó que era una, pero es mi deber recuperarla a toda costa.

     Quiero ser una flor y bailar en el jardín.

***

     Sus trazos se volvían a cada paso más indescifrables; sin embargo, no pude evitar llorar. Traté de controlarme, pero se había desatado un huracán en mi interior. Los gritos suplicaban escapar por mi boca, mas sólo lograban encajar sus garras en mi garganta intentando salir a la superficie. No pudieron hacerlo a pesar de todo. Nunca creí que el silencio de mi llanto me provocaría tanto terror como esa noche. Poco a poco mis lágrimas se volvieron aire y en mi lengua se extendía un sabor a metal. La cabeza comenzó a dolerme como si unos anchos y extensos brazos la presionaran, intentando sacar de ella lo que había entrado por mis ojos. “No puedo dejarlo sólo”, pensé. Tenía que verlo en ese momento porque, de no ser así, ya no podría hacerlo jamás. Una ansiedad inescrutable se apoderó de mí, gobernando cada espacio que tocaba y, entre temblores y ganas de vomitar, salí huyendo.

     Envuelta por la melodía desgarradora de los grillos y el roce de la ventisca irrefrenable, corrí; corrí con los pies descalzos, a pesar de que el asfalto laceraba a cada paso mi piel. La luna amenazaba con devorarme, estaba segura del ello, puesto que me acercaba más y más a ella, pero no me importó, ni siquiera cuando sus cráteres despedían un destello cegador. Sin vista y con el cuerpo caliente por la excitación, me movía por un impulso que desconocía, sentía un imán atrayente que por momentos me levantaba del suelo y me hacía levitar, a cada segundo con mayor velocidad. Sin embargo, en un instante todo se disipó. La misma fuerza que me cautivaba, ahora me lanzaba hacia el lado opuesto. En un principio no supe discernir si era un intento desesperado de detener mis infructuosos esfuerzos o salvarme la vida, pero no basto mucho para que me diera cuenta de que era lo primero.

    Recostada en el pavimento, una a una las estrellas se fueron apagando. ¿Acaso me había convertido en su madre o había sido yo quien la matara? Ahora era de mis manos donde salía a borbotones la sangre contenida, fundiéndose con la nada. Alguien me llamaba; intenté ubicar de dónde provenía aquella voz, mas sólo pude encontrarme con una pequeña flor que habría sus pétalos saludando al firmamento; estaba amaneciendo. No hizo falta que la mirara por mucho tiempo, lo entendí en cuanto la vi. Era demasiado tarde, no sólo para él, sino también para mí.

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