Lo
mexicano: Una entelequia de
conceptos
Instituto
Universitario Carl RogersMtro.
Edgar Daniel Anaya Torres
Todos
los hombres me separan de los hombres
Emil
Cioran.
Mirar las raíces profundas en
las que el mexicano promedio arrastra su agonía diaria, su soledad, resulta
hilarante, ya que al pensar en el mexicano de la actualidad, el mexicano niño
que padece de identidad, el mexicano joven que sufre su identidad o el mexicano
viejo que duda de su identidad, parecen lugares comunes, explicaciones o
descripciones sobre el concepto de lo mexicano, sin embargo, son los lugares
comunes los que sumergen al mexicano en una mítica nostalgia que rodea la
esencia de su ser, así, está por demás tomar como hilo conductor al mexicano
para considerarlo como fiel protagonista de un proceso que ha arrastrado su
historia; más, cabría arrojar a la cotidianeidad, a su carácter
melancólicamente desolador, a un mexicano que a pesar de sí es atrapado por la
modernidad, sin descubrir que la modernidad lo ha sobrepasado, que en su
necesidad de dejar de ser mexicano cumple los estereotipos del mexicano
promedio.
La relación entre el discurso
y la identidad nos lleva a la explicación de los lugares comunes en los que
habita el mexicano, a la soledad donde el mexicano vive y a su vez muere, sin
embargo, debe entenderse esto último como un discurso dominante que delimita el
campo de acción de los individuos que aprehenden el concepto. La realidad del
mexicano dista de la identidad del mexicano y los mitos que se han construido a
través de él. La mitificación del mexicano en torno a los rasgos y signos de
los cuales lo han revestido sus intelectuales, desde la conquista hasta la
modernidad, generan determinados estigmas en su imaginario y en su personalidad
colectiva. Estos estigmas se forman en torno a los discursos que se forman a
través del concepto de modernidad, y más importante aún, sobre discursos de
exclusión.
Se
puede pensar que las fronteras que trazan los discursos de exclusión se
incrustan en la mente de quien los toma a partir de formar parte del mundo
dado. Y son estas fronteras las que caen ante los ojos del mexicano, estas
fronteras que dentro de su ideografía ya no delimitan su espacio, su lugar, su
tierra. Entonces su inseguridad se vuelca con angustia hacia movimientos
globales incomprendidos; el devenir de los días cae tumultuosamente sobre sus
hombros; el mexicano se siente incomprendido e incomprensible: está entramado
ante este halo de mitos que circundan su ser; este conjunto de mitos que
construyen un arquetipo de lo que debería de ser, tanto externa como
internamente, lo golpea con fuerza y lo deja inmóvil, con su carácter
melancólico y pasivo, mediando sus emociones, comiéndolas de a poco, pero es
aquí donde olvida sus pasiones, en el conjunto de mitos que lo cercan y lo
condenan a ser mexicano, lo trascienden hasta la actualidad, lo corrompen, lo
moldean. El presente adquiere significado para poder explicar al mexicano, ya
que en este ente se ejemplifica el hecho de no creer ya más en el gran relato
de la mexicanidad. Así, el conjunto de narraciones no realistas que han
perfilado la noción de mexicano, ubican al individuo que intenta asimilar este
concepto en un desfase total, pues no le permiten ubicar su ser y tratar de
cumplir las funciones que le exige su realidad, asimismo:
Las
«identificaciones» con los grandes nombres, los héroes de la historia actual,
se hacen más difíciles… De esta descomposición de los grandes Relatos, que
analizamos más adelante, se sigue eso que algunos analizan como la disolución
del lazo social y el paso de las colectividades sociales al estado de una masa
compuesta de átomos individuales lanzados a un absurdo movimiento browniano
(Lyotard, 1987, p. 16).
El
arquetipo de lo mexicano ha sido traspasado por un sin número de mitos; su
esencia se ha construido a partir de lo que definen los intelectuales.
Pareciera que el concepto de mexicano se ha trastocado a lo largo de la
historia del país, sin embargo, es inevitable observar que dentro de la
posmodernidad los imaginarios sociales se ven deformados por la particularidad
de los individuos que los generan y los concentran en un discurso particular.
La
identidad, un concepto ajeno al mexicano
La identidad, en su papel de
formación como concepto, busca la aproximación del ser, en tanto la otredad que
existe en el exterior del individuo. Sin embargo, hay otro concepto que resulta
importante delinear, ya que se supone es el medio para la formación de identidad:
la identificación. La identificación del individuo se construye a partir de su
inclusión en grupos (sociales, culturales, de apoyo…). En su necesidad de
socialización, el ser humano busca formar parte de sus pares, relacionarse con
ellos, compartir rasgos culturales que le permitan desarrollarse dentro del
mundo que le tocó vivir. En esta definición de identificación se explica que no
hay un reconocimiento del otro como tú, más bien hay un reconocimiento del otro
en tanto cosa.
La
identificación traduce las formas de actuar y relacionarse con los otros a
partir de reconocerlos como objetos actuantes en la realidad social, ahora
bien: “El problema, entonces, es pensar si hay otra posibilidad para abordar la
específica singularidad de las realidades sin que quede reducida a una mera
cuestión de diferencia” (León, 2005, p. 53). Esto es, a la cosificación de los otros en su
diferenciación de lo propio y lo ajeno, con base en, más allá de una necesidad
social, de una necesidad existencial.
Lo que
se busca, entonces, es establecer una ruptura con el concepto de identificación
y superponer el concepto de identidad, así como lo ejemplifica Levinas (2005):
El Yo
y lo que no es yo (o sea, que es Otro) no pueden ser abordados como si
estuvieran solos en el mundo. Se requiere, a su vez, de algo más, de un
Tercero… que no es más que la realidad social conformada por prójimos del
prójimo, configurando una multiplicidad de terceros y cuyo papel rebasa la
relación cara-cara y el radio de acción de una intención voluntaria (p. 78).
La
realidad que se sustrae, en tanto la problemática, se realiza en la relación
entre el Yo y los otros, el yo en su posibilidad de ser y los otros en su
posibilidad de actuar en el mundo, el Yo se estructura a través de la exclusión
del otro, en esta exclusión se genera la negación del otro “en tanto ser”, para
delimitarlo como cosa.
En
este sentido, se puede reformular el problema de identidad en la medida en que
el Yo consigo mismo no significa una simple tautología de yo es Yo (León,
2005), sino que se requiere de una relación de lo Mismo con el Otro, no en una
dialéctica, más bien, en una posibilidad metafísica que traduce lo concreto con
el egoísmo. A partir de esta idea se puede afirmar que la identidad, en tanto
apropiación del mundo a partir de conceptualizar al Otro como humano, es en la
conciencia de sí en tanto individuo que forma parte de un mundo dado y reconoce
al Otro en su condición de ser humano,
que da forma a la llamada identidad.
La
identidad nacional gira en torno a la relación entre el individuo y el contexto
social de la cual deriva la antesala histórica que se desarrolla en la
cotidianeidad. Necesariamente tiene que ser tomada en correlación con la
percepción de los individuos respecto a su identidad nacional. No obstante, al
tener una identidad fragmentada, o una identidad dividida (como es el caso del
mexicano) resulta difícil construir sólo un paradigma que nos permita centrar
el estudio a dicha problemática, ya que las vertientes que surgen al paso
resultan casi de carácter infinito, sin embargo, en el intento de orientar una
visión, puede asegurarse que: “… la identidad nacional mexicana es una realidad
histórica cultural que ofrece múltiples desafíos para su aprehensión y
comprensión" (Béjar y Rosales, p. 12). Por ello se sugiere una posibilidad
distinta: analizar a la identidad desde una entelequia de conceptos históricos,
conceptos que abordamos aquí a continuación.
La
identidad y el nacionalismo
Decir
sentimiento de nacionalidad es decir sentimiento de individualidad histórica.
Se llega al principio de nación cuando se llega a afirmar el principio de
individualidad; es decir, a afirmar, contra tendencias generalizadoras y universalizantes, el principio de la
particular, de lo singular (Aguirre y Morales, 2013, p. 18).
Esta
cita de Aguirre y Morales, parafraseando a Chabod, denota una afirmación de
orden psicológico-sentimental de querer ser una nación, arremetiendo un sentido
de conciencia colectiva, sin embargo, tanto el concepto de nación como el de
nacionalismo son un paradigma que atrae un conjunto de concepciones para ser
definidos; ahora, piénsese en nacionalismo como el discurso que forma una
comunidad que previamente se encuentra delimitada por una zona geográfica, y
que al arremeter al nacionalismo se genera una suerte de nominación que
definirá a los individuos, entendiéndose al concepto de nominación, como: “…
nombrar, poner nombres a las cosas y, para el trabajo presente, a las
relaciones con la alteridad, con los Otros, con lo Otro” (León, 2005, p.112).
De manera que la relación con cualquier realidad trascendente a mi Yo deja de
estar en el terreno en el vínculo del pensamiento y el objeto, en cambio, se
traduce a la evocación de la palabra en
relación con el mundo ajeno, ya que parafraseando a León (2005), lo que se
nombre es, al mismo tiempo aquél a quien se llama.
Se
encuentra, pues, una forma de discurso que aprehende las realidades de los
individuos en sus particulares a través de la historia, las relaciones
sociales, los imaginarios sociales, y el nacionalismo, siendo entonces la
nominación una forma de ejercicio del poder, usando la designación dentro de
los principios de identidad, dando un campo de acción limitado para lo que se
puede hacer o no, para lo que se puede decir o no, y sobre todo, para lo que se
puede pensar o no. Para ejemplificar esta situación en el imaginario nacional
del mexicano, es necesario considerar los principales discursos de nominación
que se han generado para el concepto de identidad del mexicano: el sentimiento
de soledad, el sentimiento de inferioridad, el axolote, la náusea de ser
mexicano. Cada discurso nomina al individuo en su particularidad y le ofrece un
campo de acción muy reducido, ya que todo sistema de nominación genera procesos
de designación de propiedades sobre la naturaleza de ser de las cosas.
Para
ejemplificar esta idea, analicemos una frase de El laberinto de la soledad de
Octavio Paz (1978, p. 67): “… el solitario mexicano ama las fiestas y las
reuniones públicas”. La frase en sí misma, encierra una figura representativa
que se asume declarativa y evidente y existe desde mucho tiempo atrás,
trasmitiendo impresiones de repetición y fuerza que cada vez se muestran en
nuestras realidades como campo de experiencia, independiente de experiencia
inédita, obligan a hacer imputaciones de identidad ontológica ya establecida
(León 2005). Esto lleva a pensar que las palabras adquieren una cierta forma de
realidad, o mejor dicho, son la realidad, y en tanto son realidad definen los
modos de actuar de los individuos, siendo una brújula que orienta la vida de
los hombres en tanto son nominados y nominan sobre un discurso que se supone
ontológico, a los otros con los que comparten dicha realidad. Pero lo otro, es
otro que queda anegado en las sombras y oculto en la oscuridad, es eso otro que
forma una fractura de la realidad, y que es en sí potencialidad de ser fractura
de la nominación y da la realidad que se adquiere en tanto nominación.
Los
espacios vacíos que quedan entre las palabras
Si resulta cierto que la
realidad se vale de los discursos de verdad, exclusión, nominación, dentro de
la realidad social es donde se delimitan las formas de actuar y pensar la
realidad; también resulta cierto que dicha realidad tiene fracturas dentro de
su constitución, dando la posibilidad a los espacios vacíos que quedan entre
las palabras, a eso otro que habita en la conciencia de los individuos y que
permiten pensar en un material en bruto a la espera de domesticación y por
tanto, de salvación que comienza allí, con su propio absolutismo en negativo.
Los
espacios vacíos contienen en sí un significado no propio de la realidad
discursiva, de la sustancia que se encuentra unida gracias al lenguaje y por el
lenguaje, puesto que éste permite pensar y entrelazar ideas que viven como en
una nube entre los seres humanos, pues recurriendo a la metáfora de
Aristóteles, podemos aseverar que somos animales políticos, pero para llevar a
cabo actos políticos, debe mediar un lenguaje que genere actos del habla,
mismos que someten a los seres humanos, sin embargo, hay brechas que discurren
en la realidad, que la quiebran por instantes. Esos espacios vacíos son la
posibilidad de pensar en otra realidad.
Referencias
Arreola, J. J. (1986). La
feria. México: Lectura Mexicanas.
Aguirre, A. y Morales, J.
(1999). Identidad cultural y social.
España: Bardenas.
Béjar, R. y Rosales, H.
(1999). La identidad nacional mexicana como problema
político y cultural. México,
D.F. México: Siglo XXI.
Filinich, M. (1999). La voz y
la mirada. México: Plaza y Valdés.
Foucault, M. (2009). El orden
del discurso. México: Tusquets.
León, E. (2005). Sentido
ajeno, competencias ontológicas y otredad. Barcelona: Anthropos.
Lyotard, J. (1987). La
condición postmoderna. Buenos Aires, Argentina: Teorema.
Paz, O. (1978). El laberinto
de la soledad. México: Popular.
Warnier, J. (2002). La
mundialización de la cultura. España: Gedisa.
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