De la crianza a la educación: Ser padres
en el nuevo milenio
Teresa Tejeda Camacho
Instituto Universitario
Carl Rogers
Doctorado en Psicología
La familia es una red necesaria de símbolos y de relaciones que está
vigente pase lo que pase. Una red que no está sometida al capricho o al
intercambio o mercadeo, sino que está funcionando como la red de los
trapecistas, siempre permanente, alerta.
Fernando Savater.
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El nuevo
milenio, que dio inicio hace apenas quince años, trae consigo una serie de
retos en muchos aspectos en la vida cotidiana de las personas, las familias,
las instituciones, en general todas las estructuras sociales, económicas y
políticas de México y del resto de los países del mundo. Las condiciones en las
que transcurre la vida actualmente ponen al descubierto una serie de
inconsistencias que están llevando a los adultos, padres o no, a una dinámica
laboral de extrema exigencia, en la que por un lado, se demanda una mayor
preparación académica y profesional, misma que resulta ser inversamente
proporcional a los beneficios que se obtienen. En muchos casos de nada parece
servir todo lo que se hace para enfrentar los requerimientos del nuevo estatus
en el orden global.
Esta
carrera contra el tiempo y las imposiciones del mercado, el trabajo y la
preparación académica, ha provocado modificaciones en las relaciones
familiares, debido principalmente al hecho de que se procura cumplir con dichas
imposiciones y demandas, pero se postergan aquellos aspectos en los que no
media de manera física la exigencia, como es el caso de la familia y la
procuración de los medios intangibles para sus miembros, particularmente a los
hijos. Lo ideal sería que pudiera hacerse frente a la atención, cuidado y satisfacción
de las necesidades de las estructuras familiares en primer lugar y
posteriormente atender las externas a la familia. Pero, ¿cómo vincular ambos
sistemas y conseguir que todos resulten ganadores, cómo ser padres en la era
del capitalismo globalizado y la modernidad líquida? Sin duda es la gran tarea
del siglo XXI.
En
este trabajo se pretende realizar una reflexión de las condiciones actuales
para que paralelamente puedan encontrarse y proponerse algunas acciones que
contribuyan a mejorar las condiciones familiares que sin excepción, repercuten
en las realidades sociales; a través del análisis crítico y la evaluación de la
relación costo-beneficio, desde un enfoque sociopsicológico.
La
familia ha sido considerada como la célula social por excelencia, el elemento anatómico y funcional de la estructura
de la sociedad. La familia, como un sistema compuesto por otros subsistemas: “…
es una unidad interactiva, como un organismo vivo compuesto de distintas partes
que ejercen interacciones recíprocas” (Eguiluz, 2003, p. 1). Lo que se vive en
el interior de la familia repercute en todos los elementos que la constituyen,
y al ser un sistema abierto, formado por subsistemas ligados entre sí: “… cada
parte del sistema e comporta como una unidad diferenciada, al mismo tiempo que
influye y es influida por otras que forman el sistema” (Eguiluz, 2003, p 1). De
acuerdo con Andolfi: “… la familia es un sistema relacional, lo que implica
verla como un todo orgánico que supera y articula entre sí los diversos
componentes individuales” (citado en Eguiluz, 2003: 1, 2). Apreciarlo de esta
manera permite comprender por qué ante la dinámica inadecuada de algunas
familias, las interacciones se tornan poco favorables para el desarrollo de sus
miembros, generalmente, los más débiles en el sistema familiar.
Conviene
por tanto determinar las multidimensiones que entraña esta singular
conformación humana. En primera instancia, debe tomarse en consideración que la
familia es un grupo social con una historia compartida de interacciones; es un
sistema compuesto por personas de diferente edad, sexo y características que,
por lo general, comparten el mismo techo. Esta descripción muestra que la
convivencia está influida por ciertos factores que no se pueden modificar, lo
que exige que los distintos miembros de la familia deban aceptarse tal cual son
y adaptarse de forma satisfactoria a las diferencias individuales; tal reto
demanda a sus integrantes mantener una comunicación abierta y franca, que
permita el establecimiento de normas de convivencia familiar y procure así
mismo, atender las necesidades muy particulares de éstos, que en virtud de sus
diferencias, son distintas entre sí. Cada elemento del sistema familiar tiene
sus propios requerimientos y no se les debe pasar por alto o ignorar. Sin
embargo, cabe señalar que la manifestación o comunicación de necesidades debe
estar sustentada por una evaluación estricta de la realidad de las mismas. Por
lo que deben considerarse las necesidades fundamentales del ser humano, las que
permitirán su realización plena y satisfactoria, y posteriormente, las pseudonecesidades.
En su teoría: “Maslow jerarquiza las
necesidades motivacionales y señala que antes de satisfacer las necesidades de
orden superior, más complejas, deben satisfacerse algunas necesidades
primarias” (citado en Feldman, 2010: 293). Al respecto, se menciona que las
necesidades más básicas son las fisiológicas, primordiales para la vida. Los
padres, siendo los más aptos en la estructura familiar, deben satisfacer las
necesidades de los desprotegidos, los menores, proveyéndolos del cuidado, el
alimento y los satisfactores que les permitan la sobrevivencia. Pero no es lo
único que debe atenderse; también están las necesidades de seguridad, que
pueden ser satisfechas mediante la procuración de un ambiente sano y seguro, un
lugar donde vivir, descansar y estar juntos.
También
debe tenerse en cuenta que es importante dar satisfacción a las necesidades de
amor y pertenencia, cada miembro del sistema familiar necesita obtener y dar
afecto; en la medida en que las interacciones se impregnen de afecto, se
garantiza un entorno armónico y nutricio, que hará que en la familia se
desarrolle el sentido de valía personal, satisfaciendo con esto las necesidades
de estima. Cuando estas necesidades más o menos complejas se han atendido de
forma oportuna y satisfactoria, cada persona en la familia logrará un estado de
realización personal, motivada por las necesidades de autorrealización.
Debe
tomarse en cuenta que este estado solo puede alcanzarse cuando se han cubierto
las necesidades previas (Feldman, 2010: 293). Si se piensa en las familias que
han sido capaces de procurarse todos los satisfactores necesarios (no sólo los
materiales), podrán distinguirse algunos rasgos comunes: individuos plenos,
mentalmente sanos, satisfechos consigo mismos, capaces de tomar las riendas de
su vida entre sus propias manos. Sujetos sensibles a sus necesidades pero
también a las necesidades de los demás, competentes para su inserción en la
sociedad y en las responsabilidades de la vida en las diferentes etapas del
desarrollo. Adultos lo suficientemente conscientes de sus rasgos personales y
de los diferentes roles que deberá asumir llegado el momento.
Considérese
que: “Los hombres, al nacer, no traen consigo solamente el derecho de subsistir
físicamente; entran al mundo también con el derecho de desarrollar sus
facultades, de llegar a ser personas. Este derecho impone a los padres el deber
de impartir una educación adecuada” (Hegel, 1981, citado en Hatzacorsin, 2000).
Dentro de la gama de problemas,
dificultades y trastornos que presenta la sociedad actual respecto a las
familias están su innegable desorganización, la desintegración cada vez más
frecuente y numéricamente mayor, sumando además el poco valor integrativo y de
aspiración que se puede percibir. Solo por ejemplificar este fenómeno se puede
señalar que el Instituto
Nacional de Estadística, Geografía e informática (INEGI) informó que en 1990 el
número de hogares encabezados por mujeres en la capital mexicana, representaban
el 21.6% total, cifra que aumentó en 2005 a 28.9%, alcanzando en 2010 la cifra
de 31% (Spanish People Daily, 2012) . Esto permite
apreciar que la cantidad de menores que viven en familias desintegradas es
mayor. Esta situación sería poco significativa si el sistema de procuración de
justicia social y familiar encontrara los mecanismos para subsanar la
problemática que esto trae consigo.
Por lo tanto, el abandono temporal
de los menores en casa de los abuelos, cuidado a cargo de algún familiar o
vecino, extensas jornadas de guardería, poco contacto con la madre, muchas
veces escaso o nulo contacto con el padre, etc. Y en circunstancias aún más
complejas se encuentra el abandono de los menores en casa, bajo la tutela de la
televisión, los videojuegos o la computadora conectada a internet.
Las necesidades humanas descritas
por Maslow, no pueden satisfacerse en este escenario y si pudiera hacerse,
sería en extremo difícil, dando como resultado personas poco capaces de
interactuar saludablemente con los demás, y a futuro, carentes de las
habilidades para ver en la consolidación de una familia, una forma de vida.
Desde
la teoría estructural sistémica, desarrollada por Salvador Minuchin:
La familia puede verse como un sistema que opera dentro de otros
sistemas más amplios y tiene tres características: a) su estructura es la de un
sistema sociocultural abierto, siempre en proceso de transformación; b) se
desarrolla en una serie de etapas marcadas por crisis que la obligan a
modificar su estructura, sin perder por ello su identidad, y c) es capaz de
adaptarse a la circunstancias cambiantes del entorno modificando sus reglas y
comportamientos para acoplarse a las demandas externas. Este proceso de
continuidad y cambio permite que la familia crezca y se desarrolle y, al mismo
tiempo, asegura la diferenciación de sus miembros (citado en Eguiluz, 2003: 3).
A partir de esta consideración es prudente
destacar que las familias deben ser capaces de replantear sus reglas cuando la
estructura familiar se modifica por la influencia de algún evento
significativo, como el paso de una etapa a otra en el proceso natural de
desarrollo de sus miembros, la llegada de uno nuevo, la inevitable salida de
alguno, un cambio de actividad o fuente laboral, etc. Las nuevas reglas
ayudarán a modificar los comportamientos de los integrantes de la familia y a
definir los nuevos límites, dando paso a su crecimiento y manteniendo su
consolidación como grupo. Es básicamente imposible funcionar con las mismas
reglas y normas de funcionamiento que se tenían en sus etapas tempranas. Las
familias que no redefinen o modifican sus comportamientos, son incapaces de crecer,
de acoplarse a las demandas externas y particularmente, están condenando a sus
miembros a la desadaptación social.
El
crecimiento de una familia debe verse desde los aspectos biológicos,
psicológicos, sociales y económicos, según Ackerman (citado en Eguiluz, 2003:
3): las familias parecen haberlo olvidado, y solo dedican sus esfuerzos a la
atención de los aspectos económicos, en el mejor de los casos. Desde lo
biológico, la función principal de la familia es la continuación de la especie;
en lo psicológico, ofrece la interconexión socioafectiva, pues crea los
vínculos de interdependencia requeridos para satisfacer las necesidades
individuales, desde el plano social, facilita la transmisión de valores,
creencias y costumbres, así como la trasmisión de habilidades que ayudan al
crecimiento y desde lo económico, permite la diferenciación de tareas y la
previsión de necesidades materiales.
Si bien es cierto que muchas
necesidades materiales son básicas para la vida, es preciso aclarar que en la
familia se tienen que dejar bien definidas. Bien vale la pena detenerse un
poco y reflexionar acerca de las necesidades porque una adecuada identificación
de las mismas, dota a los padres del manejo favorable de ellas. No es lo mismo
tener la necesidad de comunicación, que la necesidad de un IPhone, por ejemplo.
La primera es una necesidad real, la segunda es una necesidad aprendida,
motivada por la influencia de la publicidad, el deseo de pertenencia a un
grupo, la intención de sobresalir, etc. De esta manera, si se definen
adecuadamente las verdaderas necesidades y se excluyen o manipulan de forma
distinta las pseudonecesidades, la familia evitará el desgaste innecesario de
recursos que se destinan a la satisfacción ficticia, teniendo la oportunidad de
satisfacer otras en las que puede prescindirse del factor económico tan
demandante en la actualidad.
Hasta aquí se han planteado diversos
aspectos, por los que se puede afirmar que la familia y el ambiente que en ella
prive, serán definitorios en la formación y el crecimiento del ser humano. “El
proceso evolutivo se extiende hasta la adolescencia, en él van plasmándose
pensamientos, reacciones, hábitos, conductas…” (Urías, 2013: 21). Si el
ambiente familiar se torna enriquecido de elementos afectivos y morales, los
niños alcanzarán la adolescencia habiéndose formado como personas y constituido
su carácter; éste es para la psicología: “un conjunto de reacciones y hábitos
de comportamiento que se han adquirido durante la vida y que dan especificidad
al modo de ser individual. Junto con el temperamento y las aptitudes,
configuran la personalidad de un individuo” (Urías, 2013: 27). Este elemento de
la personalidad es altamente importante porque marca la tendencia hacia un tipo
de comportamiento manifestado por cada individuo.
Velázquez
(1968) explica que: “todos los elementos que integran el carácter se organizan
en una unidad que se conoce como estabilidad y proporciona al carácter,
coherencia y uniformidad en sus manifestaciones con los cambios lógicos que
ocurren a lo largo de la vida (p. 400). Por lo tanto, si los primeros 14 años
han de vivirse en el seno de una familia, estos deben servir para que al individuo
se le proporcionen los mecanismos necesarios para que forme su carácter.
Debe
tomarse en cuenta que, de no procurarlos, los menores serán personas indecisas,
y con tendencias a estar tristes, al suicidio, al estrés, la depresión, la
inseguridad, la agresión y a otros trastornos que invariablemente afectarán al
sistema familiar. Y en esta sociedad del siglo XXI, saturada de cambios
permanentes y de influencias altamente penetrantes y peligrosas, nada más
urgente que contar con la fuerza derivada del carácter y una adecuada formación
moral para enfrentarlos.
Urría (2013: 101) afirma que: “No
cabe duda que la familia es el principal centro de aprendizaje de nuestros
principios y valores que se reflejan en el comportamiento social de cada uno”. Si
los padres de familia asumieran por entero que su participación en el proceso
educativo del niño va más allá que la simple satisfacción de las necesidades
fisiológicas y materiales, se responsabilizarían y tomarían más en serio el
compromiso social que entraña constituir una familia.
En
el hogar los menores deben estar en constante contacto con los límites, los
valores humanos, los principios espirituales, la colaboración, la empatía, la
responsabilidad, pero particularmente con las reglas y normas, porque “cuando
hay aceptación de la autoridad y de las normas, cuando predomina la tolerancia
en las diferencias, cuando hay disposición de cumplimiento de nuestros
compromisos, se generan condiciones que dejan atrás las réplicas violentas”
(Urías, 2013: 101). Y dado que la violencia está caracterizando a las
sociedades del siglo XXI, habrá que preocuparse por trabajar en el seno de las
familias en la incorporación de estos elementos, con toda la seriedad y
disciplina necesarias.
Hablar de las sociedades del siglo
XXI, es hablar de sociedades posmodernas, por lo tanto, inmersas en un proceso
de globalización. Cuando se piensa en ello viene a la mente inevitablemente la
macroeconomía, las grandes empresas transnacionales, los medios masivos de
comunicación, el libre flujo de capitales, etc., pero se tiende a olvidar que
la globalización también implica dimensiones de mucha cercanía con la gente.
Lo
que ocurre en cualquier parte del mundo va a repercutir en todas las
sociedades, para bien o para mal. Las personas tienen la posibilidad de estar
en cualquier punto del planeta a través de las nuevas y modernas tecnologías de
la información y la comunicación (TICs) y de los fenómenos migratorios.
Este
intercambio cultural, político, económico, está modificando severamente las
condiciones de ciudades y barrios, por lo tanto, de la manera tradicional de
vivir en la sociedad nacional. No estamos exentos de los problemas que entraña
esta nueva forma de convivencia; sin embargo, en muchas circunstancias tal
parece que no se puede avanzar al mismo ritmo del mundo globalizado, tal es el
caso de los beneficios sociales, la protección a los derechos humanos y
laborales de las personas, “Las familias mexicanas y las normas que las regulan
varían de Estado a Estado….Con frecuencia se legisla por intereses y
conveniencia política, haciendo a un lado las bondades que registra el derecho
en países donde se respeta la norma jurídica” (Urías, 2003: 151). Tal parece
que se es parte de las exigencias pero no de los beneficios que aporta el
intercambio y la convivencia internacional.
Y añade: “Las estructuras familiares y
sociales están debilitándose por falta de respuesta institucional” (151). Por
esta razón, lo que debe atenderse prioritariamente es la recuperación pronta de
las familias, procurar que sean encabezadas por padres conscientes del papel
social adquirido con la procreación, responsables de la satisfacción de las
necesidades de sus hijos y de las propias, lo suficientemente amorosos para
educar con firmeza y con la convicción necesaria de participar en el desarrollo
de su comunidad.
Considerando lo anteriormente
expresado puede decirse que la familia debe ser el centro generador de los
mejores seres humanos, esto requiere, como se ha visto, de la intervención
temprana, oportuna y permanente de los padres, de la reestructuración de los
grupos familiares de acuerdo a la evolución de los mismos y/o de las crisis que
se presentan, de la atención a las verdaderas necesidades de los individuos que
las integran, a la evaluación de las cualidades, aptitudes y diferencias
individuales, así como al respeto y tolerancia de las mismas, de la atención de
los fenómenos sociales resultado de la interacción internacional en condiciones
de desigualdad en muchos rubros y de las demandas a las que se somete a quienes
integran la población económicamente activa.
Sin
embargo, este proceso formativo de buenos seres humanos requiere de una
educación de los aspectos propios del individuo, su carácter, su inteligencia
emocional, lo que puede lograrse cuando se eligen las mejores formas de
convivencia familiar; aquellas donde la interacción por sí misma sirva de
modelo para consolidar un desarrollo evolutivo. Debe tenerse presente que:
“cientos de estudios muestran que la forma en que los padres tratan a sus hijos
..., tiene consecuencias profundas y duraderas en la vida emocional del hijo”
(Goleman, 2010: 224). Los padres deben ser lo suficientemente inteligentes para
elegir la forma en que tratarán a sus hijos: con dureza, con firmeza, pero
empáticamente, con indiferencia, con permisividad, con exceso de libertad, autoritariamente,
etc.
Los
padres emocionalmente inteligentes representan un beneficio para sus hijos.
Goleman (2010: 225) señala que existen tres estilos de paternidad
emocionalmente inepta: a) los padres que ignoran los sentimientos en general,
b) los padres que se muestran demasiado liberales, y c) los padres que se
muestran desdeñosos y no sienten respeto por lo que su hijo siente. Existe una
gama muy amplia de estilos, es necesario considerar los más adecuados para la
familia sin ceñirse a ellos, sin cambiarlos antes de valorar sus beneficios
mediatos.
Recordemos
que la familia es un ente dinámico y va a presentar cambios, prepárese para
modificar también su estilo educativo; propóngase la congruencia, atienda lo
realmente importante, valore la moralidad y la espiritualidad, posponga las
urgencias materiales innecesarias, fomente la responsabilidad, involucre a sus
hijos en actividades prosociales y enséñeles a disfrutar del ser y no del
tener, y llegada la adolescencia, tendrá hijos felices y emocionalmente
inteligentes, arribando a la vida adulta en total plenitud. Pues como señala
Savater (: “El hogar es la única tienda que no cierra en toda la noche”.
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